domingo, 21 de junio de 2015

LA NIÑA DEL ESPEJO


LA NIÑA DEL ESPEJO


El vapor inundaba el baño. Después de ducharme por más de media hora, alcancé la toalla y enjugué con ella las lágrimas de agua que deslizaban frenéticamente por toda mi piel. Me puse una braga beige y colgué la toalla. Tengo por costumbre examinarme en el espejo una vez que termino de bañarme, así que eso hice. Desempañé el cristal rectangular y vi como mis mejillas habían adquirido un tono encarnado. Hice unas cuantas morisquetas y ensayé algunas expresiones: coqueta, malévola, angelical. Una vez que me cansé de tanta bufonada, proseguí a realizar lo importante. Entonces comencé a hacerme una limpieza exhaustiva en mi rostro y cuello. Estaba inmersa en el proceso. De pronto me di cuenta que en la parte de la pared contigua al espejo, se desprendía un relieve heteróclito. Mi corazón enloqueció. Entorné los ojos y vi como una sombra pueril se acercó a mi desnudez. Era una niña de piel traslúcida, con un vestido harapiento de color añil. Quedé petrificada. En un instante, ella se evaporó y luego apareció un ente vermiforme y repulsivo. Aquello provocó que me desvaneciera. El golpe seco contra el cemento debió alertar a mi madre porque al abrir los ojos lo primero que vi fue su semblante preocupado. Así que me ayudó a levantar al mismo tiempo que preguntaba el por qué me había desmayado. Ambas dirigimos la atención al espejo y mi madre preguntó:


—¿Cuándo vas a madurar? ¿Sigues jugando frente al espejo?



Con los efluvios que impregnaban el cristal, una leyenda había sido escrita, ésta rezaba así: “volveremos por la joven narcisista”.

Autora: Alejandra Sanders

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