Se podría pensar que a raíz de que el escritor H. Ridder Haggard escribiera el libro “Las minas del Rey Salomón”, se iniciara una carrera aventurera y arqueológica con el fin de encontrar el lugar de origen de las riquezas de Salomón. Después de que su novela se convirtiera en el libro de aventuras más leído en la Europa del siglo XIX muchos enloquecieron con la posibilidad de dar con las ansiadas minas. El contagio masivo por la epidemia del oro llevó a que se realizaran algunas versiones cinematográficas basadas en el libro de Haggard. Aunque este escritor a su vez se vio afectado también por los descubrimientos del explorador alemán Karl Mauch. Según las observaciones que hiciera Mauch en el año de 1871, se llegó a pensar que las ruinas del Gran Zimbabue correspondían a la tierra de Ofir. Sus prejuicios contra los nativos y su pasión por hallar las minas, no le permitieron deducir que el génesis de lo que había descubierto radicaba en la cultura africana.
Para los buscadores de tesoros sería un sueño hecho realidad encontrar las minas auríferas de las que el rey Salomón se proveía de gran parte de su riqueza material. Tanto exploradores y arqueólogos se han investido de esperanza y se han echado a las espaldas una enorme mochila llena de aventuras. Las famosas minas de Salomón han cosechado corazones curiosos y otros ambiciosos, que en busca de tan descomunal tesoro se han lanzado en su búsqueda.
La ubicación exacta de las minas ha generado debates. Unos se han inclinado por situarlo en el norte de África, la arqueológica clásica en cambio se decanta por el Valle de Timná cerca de Ezión-guéber, mientras que otro grupo apunta a Jordania. En cuanto a Ezión-guéber, era un puerto a orillas del mar Rojo y según el relato bíblico, Salomón mandó construir una flota de barcos allí con el propósito de usarlos para la importación del oro de Ofir. Por lo tanto, es imposible que las minas de Ofir (el lugar al que no solo Salomón sino también su padre David enviaban a sus hombres a extraer el oro de alta calidad) se encontrara en el mismo lugar de donde zarpaban los barcos para traer el oro. Desde aquel puerto los barcos podían llegar a cualquier punto del mar Rojo, incluso más lejos, a colonias comerciales de las costas de la India y África. Se ha pensado en Arabia como la misteriosa Ofir. Y es que allí, se han encontrado antiguos yacimientos de oro.
Algunos han apostado por la teoría de que Ofir no es más que una leyenda sacada de las páginas de la Biblia y que la inclinación de mentes fantasiosas ha hecho que se crea en mitos. Sin embargo, no todos piensan así. Verbigracia, el egiptólogo Kenneth A. Kitchen asegura; “Ofir no es un mito. Existe un óstracon (fragmento cerámico con una inscripción), con posible fecha del siglo VIII A.C. donde se lee una anotación contable en hebreo: “Oro de Ofir para Bet-Horón: 30 siclos”. Por lo tanto, la inscripción corrobora que Ofir existía y de allí se extraía oro.
Kirbath en Nahas, Jordania es el lugar al que un grupo de arqueólogos ha concluido que se circunscribe la fuente de la riqueza de Salomón. Según los peritos estas minas no son de oro sino de cobre. Los yacimientos descubiertos datarían de los siglos IX y X A.C. aproximadamente. Época en la que vivió este rey Judío. Es cierto que los tesoros que Salomón acumuló para la construcción del templo de Jerusalén albergaban ingentes cantidades de cobre, pero el oro también fue materia prima para el colosal edificio. Así que de alguna parte tuvo que sacarlo, y si las minas de Kirbath son de cobre, lo lógico es que no correspondan a Ofir.
En consecuencia, a pesar de las catervas búsquedas, en la actualidad no se puede determinar con certeza la ubicación exacta de Ofir. Aunque de las localizaciones propuestas, tres tienen más visos de realidad: India, Arabia y el NE. De África. Estos puntos geográficos tienen algo en común: son los más accesibles a una flota que dirigiera sus operaciones de Ezión-Guéber, en el extremo septentrional del brazo oriental del mar Rojo.
Concentrándonos en la India, hay que señalar que los artículos que transportaban la flota Salomónica y la del rey de Tiro, Hiram, se pudieron haber extraído de allí. Este argumento está respaldado por historiadores como, Flavio Josefo, Jerónimo y también la Septuaginta. Los que se inclinan a favor de que Ofir se encontrara en el Noroeste Africano, próximo a Somalia, en el punto más meridional del mar Rojo, aducen que al estar más cerca del puerto de Ezión-Guéber de lo que lo estaba la India era un punto más fácil para la importación de los artículos. Lo cierto es que al no haber una seguridad plena del emplazamiento de Ofir, queda la duda hasta que por medios arqueológicos u otros, se halle la respuesta certera.
Según el primer libro de los Reyes, Hiram, rey de Tiro, envió a Salomón cuatro toneladas de oro. La reina de Seba también le obsequió oro en cantidades similares. Las naves de Salomón extrajeron catorce toneladas de oro de Ofir. En conjunto, el oro acumulado en un año llegó a seiscientos sesenta y seis talentos (22 toneladas aproximadamente). Hoy en día podríamos pensar que hay exageración en las ubérrimas cantidades de oro. Pero, ¿existe tal exageración? ¿Qué hay de las riquezas de otros reyes? Hagamos un cotejo con esos tesoros.
Verbigracia, el faraón Tutmosis III (segundo milenio antes de nuestra era) regaló doce toneladas de oro al templo de Amón-Ra, en Karnak. También, en el siglo VIII A.C. El rey asirio Tiglat-piléser III obtuvo un tributo de cuatro toneladas de oro, de parte de Tiro. Otro rey, Sargón II hizo una ofrenda a los dioses babilónicos por esa misma cantidad de oro. Estas referencias se han hallado en inscripciones antiguas a las que, los expertos, consideran confiables. Otras menciones citan a Filipo II de Macedonia (359-336 A.C) según las cuales extraía cada año alrededor de veinticinco toneladas de oro de las minas de Pangeo, en la región de Tracia. Y su hijo, Alejandro Magno no se quedaba atrás, algunas fuentes señalan que acumuló un botín de mil toneladas de oro cuando se posesionó de Susa y seis mil toneladas más cuando conquistó el resto de Persia.
Con estos antecedentes, ¿se puede decir que la Biblia exagera con respecto a los tesoros de Salomón? A mi entender, el relato bíblico es más razonable que el de Filipo II y su hijo, en cuanto a las cifras acumuladas durante sus respectivos reinados. Si muchos estudiosos están dispuestos a creer —y de hecho lo hacen—, en las cifras dadas por una historia no del todo exacta, ¿Por qué la reticencia en cuanto a las riquezas del rey judío?
Después del esplendor que se vivió en Jerusalén durante la regencia de Salomón, paulatinamente fue cayendo hasta que los babilonios saquearon y destruyeron todo lo que, con la bendición divina, había acumulado el famoso rey. Es innegable que un tesoro mayor perdió este rey cuando decidió alejarse de Dios y servir a dioses paganos. Su apostasía le costó caro. El que una vez fuera considerado el hombre más sabio sobre la tierra, desintegró con sus propias manos la incalculable riqueza que heredó y que como el mismo escribiera —en sus años de fidelidad a Dios— en un proverbio refiriéndose a la sabiduría: “Porque el tenerla como ganancia es mejor que tener la plata como ganancia; y el tenerla como producto, que el oro mismo. Es más preciosa que los corales, y todos tus otros deleites no pueden ser igualados a ella”.
Encontré un documental sobre Karl Mauch y su búsqueda frenética de las minas del Rey Salomón, aquí se los inserto.
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