La evolución enseña que un ser humano no es más que un animal sofisticado, el cual no tiene más ni menos valor intrínseco que otras criaturas, ya sea un gato o un gusano.
El mensaje subyacente es que un ser humano no tiene una fuente inherente para alimentar su autoestima, sino que necesita logros tangibles para sentirse "exitoso". ¡Qué tremenda presión!
Si el "éxito" es nuestro único pasaje hacia el respeto propio, entonces muchos de nosotros nunca llegaremos allí. Y quienes tengan la buena suerte de lograr ese "éxito" siempre vivirán con temor de perderlo por circunstancias que escapan a su control. Podemos tener todo el talento del mundo, pero podemos tropezar en el pavimento y perder la entrevista.
Ahora bien, con un punto de partida tan elevado, el auto-respeto es un derecho de nacimiento de todo ser humano.
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