EL CONFLICTO DEL PANTEÓN
Los hierbajos arreciaban incluso en el interior del mausoleo. El desamparo ululaba con el viento como compañero. En este lugar, tres vírgenes diamantinas habían sido condenadas a viajar al mundo de los muertos para expiar los terribles pecados de la ciudad. Se despojaron de sus cubiles carnales, odiando a los que quedaban con vida, a los que les habían quitado la esperanza de enamorarse y experimentar el despertar y la madurez de su erotismo. De ellas, solo quedaba el recuerdo de heroínas castas y tiernas. El veintisiete de Diciembre de cada año, una procesión multitudinaria colmaba las plazoletas y bulevares hasta desembocar en un pandemónium que zigzagueaba como una serpiente grande con sus crías, con el propósito de conmemorar a las núbiles mártires. El cementerio abarrotado, se transformaba ese único día en un burdel, un ambigú y una plaza pública en donde el carnaval de las desmesuras despertaba la sordera de los muertos, principalmente de las tres destinadas a la expiación. Este aniversario fue diferente. Las únicas que parecían no escuchar la jarana fueron las tres doncellas. Un trío de huesos inmutables. De manera que la muchedumbre, ahí mismo, optó por escoger otro grupo de virtuosas a las que sacrificar y entregar a las hambrientas fauces de las tinieblas. Por lo que la alegría se trocó en una cacería.
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